Coldplay / Mylo Xyloto

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Se hace ya muy pesada la eterna comparación entre Coldplay y U2, pero con Mylo Xyloto han vuelto a dar signos de que la banda irlandesa es una de sus metas. Parece que han querido hacer su Zooropa particular, pero ni 2011 es 1993, ni Brian Eno es capaz de hacer lo que hacía hace veinte años, ni el material de partida está a la misma altura, ni Rihanna es Johnny Cash. Incluso las portadas tienen bastante en común. Aunque Zooropa sea muy superior a Mylo Xyloto, tampoco es justo valorarlo únicamente en comparación con una obra maestra como aquella que parieron Bono y compañía hace 18 años.

Este disco de los de Londres llega tres años después de Viva la vida!, que supuso un éxito mundial masivo gracias a una de las canciones más radiadas de los últimos años. Su continuación bien podría ser un cambio radial o una repetición de la misma fórmula. Por desgracia es una mezcla que se decanta más hacia la clonación. Por mucho que hayan contratado a Eno para ayudar en la producción y un poco en la composición, siguen siendo los mismos Coldplay, con unos cuantos sintetizadores más pero a la vez con un miedo tremendo a perder todo lo que ganaron con su anterior álbum.

La banda británica ha hecho, más que nunca, un disco para llenar estadios y que miles de personas griten sus canciones en un frenesí de felicidad. Esa fórmula de dar un tono “super happy” a las canciones, que en Viva la vida! estaba en su justa medida, es la que satura el álbum y hace que el conjunto sea pesado y aburrido.

Mylo Xyloto empieza bien, con mucha fuerza, con la que probablemente sea la mejor de los 14 cortes. Después de una instrumental que da título al disco entra “Hurts Like Heaven” con la base más agresiva y más electrónica. No es ni de lejos la mejor composición de la historia, ni siquiera tiene ningún aspecto excesivamente destacable, pero tiene la virtud de contagiarme de esa felicidad que no consiguen el resto. A partir de “Paradise” entre ese “nuevo” sonido con sintetizadores y las mismas canciones de siempre, con las idénticas melodías e instrumentación. Canciones como “Charlie Brown” o “Major Minus” tienen tan pocas pegas como cosas nuevas que ofrecer. Otras como “Us Against the World” o sobre todo “Up In Flames” aburren hasta resultar un suplicio casi insoportable.

Hay dos casos curiosos. Después del horror inicial con las primeras escuchas de “Every Tear Is a Water”, la canción va contagiando su ritmo de la noche se quiera o no y se convierte en un temazo. Ese final más propio de una samba carnavalera que de un grupo de pop inglés es el típico con el que me gustaría terminar un concierto al que no le exijo demasiado. La otra sorpresa es “Don’t Let It Break Your Heart”, la enésima canción repetida de Coldplay, pero tiene algo que me resulta bonito, agradable, y nada pesado como el resto del disco. No tengo ni idea de qué es, porque hay exactamente los mismos elementos de siempre, pero mientras me haga disfrutar como lo hace, no me preocupa lo demás.

Creo que Coldplay se han ganado a pulso la manía que les ha cogido mucha gente en los últimos años por pesados. Yo, aunque reconozco que ya cansan mucho, no me encuentro en ese grupo de haters y sigo respetándoles y dándoles oportunidades aunque ellos sigan dándome la lata con insoportables “ooohhh” y “eeeehhh” para rellenar espacios en los que no saben qué poner y para crear himnos facilones. Volveré a confiar en ellos cuando llegue su sexto álbum.